Entre las vergüenzas patrias similares a las de los concursantes televisivos que se aplauden a si mismos, indicación del regidor del programa o vanidades ancestrales adquiridas (pandemia española desde los 70) figura como principal la de ir por la calle con banderas rojigualdas, ejemplo principal es tras la muerte de Franco han sido las manifestación propias o participadas del Partido Popular y no digamos ya las de la ultraderecha como hermano intestinal del PP que al final, cual alien, ha hecho eclosión a mayor gloria a de las barbaries del pasado.
Pero hablamos de las banderas, es lógico que partidos, clubes deportivos y sindicatos, como las multinacionales lleven o arrastren las suyas, cada uno con su negocio, lo de los independentismos es aparte pero hablamos de la LA NACIONAL, que también era un obrador de pastelería que había junto a la casa en que nací, y es absolutamente cierto que hubo una época que la gente para que a lo mejor les respetara un poco el Régimen de Franco ponían nombres rimbombantes relacionados con los “nacionales” (tan nacionales eran unos como otros pero el odio levantaba montañas y había que marcar la diferencia), por eso LA NACIONAL existió muchos años, hoy lo ignoro. El anuncio de prensa que decía “Los rojos no usaban sombrero” enriqueció a los sombrereros porque todo el que pudo corrió a comprarse uno, mientras que los no pudientes siguieron usando la boina o nada de toda la vida.
¿Por qué se llevan, o arrastran, las banderas? Pues para marcar territorio y la prueba son los ejércitos, todo el que no esté con la bandera está contra la bandera y lo que significa. O sea, que cuando pasa el PP los que estamos en la rúa sin bandera ni perrito que nos ladre, ya estamos etiquetados de… enemigos como mínimo.
Tal exhibición de vanidad pública y publicitada, muy similar a la de los colores futboleros debería estar proscrita por ley pero con la Justicia de España habríamos topado, no hay mas que comprobar el andar boyero, de buey, de las sentencias y los jueces estrella que homenajean las fundaciones a la caza de subvenciones, mejor no señalar a los jueces que se ciscan en la jurisprudencia “y no pasa ná”. Estamos a un paso de que la Inquisición abra oficina con los vientos que corren. Pero seguiremos viendo agitar el banderamen, gran negocio para los que venden el material con comisión. Seguro que en el Paraíso ya había un español vendiendo manzanas a tanto.
¿Patriotismo? ¿De qué me está usted hablando? ¿Nacionalismo estrecho? Habría que recordar a Vargas Llosa en una de sus obras menores con lo del polvo angosto. Ahora nos han puesto de moda la religión, esa espeluznante escena en que una madre israelí le enseña a su hijo las explosiones de los bombardeos en Gaza y le asegura que mañana esa tierra será suya. Y el niño sonríe mientras otros mueren y lloran. Eso sí, banderas que no falten y Dios de árbitro tomando partido, por supuesto interpretado por los suyos y su Gobierno. El otro dios en Irán debe estar rabiando. Las banderas deberían ser superadas y no convertirse en medio emocional en tránsito a la violencia. Pasa en los estadios y pasa en la calle. ¿Para qué queremos monstruos en las pantallas de los cines si los tenemos en la vida real? Y muchos de ellos llevan banderas… Que se vayan a la mutua.
Joan Tarrés