Hace poco leí una entrevista que le hacían al jurista, ya provecto, Garrigues Walker. Hablaba desde su perspectiva sobre el liberalismo. Y comparaba la forma de entenderlo en el mundo anglosajón y en el latino. Para ellos y los conoce bien, pues su madre era norteamericana, cada uno busca sus intereses particulares -individualismo común al planteamiento liberal- pero tienen a gala dedicarse además a la mejora de su comunidad.
¿No es un dicho acertado para describir la cultura latina el viejo refrán: cosa del común, cosa de ningún? Como si lo colectivo no correspondiera a nadie, salvo para apropiárselo. Quizá esto explica tantos casos de corrupción y la resistencia a la transparencia que vemos en muchos gobiernos y en muchas empresas.
Señala además Garrigues la tendencia actual en casi todos los países de defender exclusivamente el liberalismo económico, despreciando otras libertades. El caso más extremo sería el de China, con su sistema de capitalismo bajo un partido único, oprimiendo a sus minorías y a sus ciudadanos disidentes. Ha ahogado la excepcionalidad de Hong Kong y la ha sometido a su férula. Rusia es otro ejemplo de capitalismo antidemocrático.
La mesura de Don Antonio Garrigues se revela en que, siendo partidario del liberalismo económico, sostiene a la vez la necesidad de un sistema público potente en los ámbitos sanitario y docente. Necesidad que se ha hecho más patente en estos tiempos de pandemia.
Pero su exigencia de libertad no se detiene en el área económica. Ha de abarcar, defiende, la cultura y la religión. La libertad cultural, exigencia de toda democracia, supone la escucha y el diálogo. Es contraria a la imposición unilateral de un pensamiento único. Supone buscar la verdad a través del respetuoso contraste de pareceres. Exactamente lo contrario de lo que se practica en muchos países -como el nuestro- en los que la diatriba y el insulto descalificador han sustituido al ejercicio armonioso de la razón.
Para el jurista Garrigues la libertad religiosa es otro componente esencial de toda democracia. A ella se oponen tanto la imposición fanática y excluyente de una única religión, convertida en ley sagrada del Estado, caso de los países musulmanes que han implantado la sharía como las aspiraciones de los añorantes del nacionalcatolicismo. O una irreligiosidad excluyente que pretendiera eliminar toda religión o reducirla al ámbito privado.
¿Qué opinar en conjunto de estas ideas? Muchas son acertadas. Pero el individualismo de la economía liberal ¿no trae consigo un aumento de la desigualdad social y condena a millones de seres humanos a la pobreza? ¿No es mejor buscar un sistema alternativo en el que la cooperación fraterna y la comunidad de bienes básicos satisfagan las necesidades mínimas de toda la humanidad?
Pedro Zabala
8 de Abril de 2021